Todos podríamos imaginarnos un escenario ideal sobre nuestra muerte y esperar que las cosas salgan como quisiéramos que lo hicieran. No obstante, al igual que en la vida, no todo está bajo nuestro control e inevitablemente algunas situaciones toman un curso inesperado. En el transcurso de nuestra vida, todos estamos conscientes de estas contingencias y, sin embargo, esto no nos impide establecer planes, llevar agendas o bien realizar reservaciones cuando se necesitan. Después de todo, sabemos que los imprevistos no nos justifican ser desordenados o indisciplinados en nuestra vida. De la misma manera, si bien no conocemos la fecha de nuestra muerte y mucho menos podemos anticipar las circunstancias sobre las que se dará, esto no nos justifica para no planificar para ello.
En vida, sabemos que fallar en planificar, es planificar para fallar. De la misma manera esto es cierto para la muerte. No planificar para el final de la vida es equivalente a planear para vulnerar la dignidad y afectar el bienestar de la familia. Planificar para el final de la vida, si bien no evitará los imprevistos, sí mitigará los efectos que nuestra muerte acarreará tanto a nosotros mismos como a nuestros seres queridos.
En este blog, así como en el libro “morir chingón” podrás aprender más acerca de la planificación para el final de la vida, así como a construir un plan eficaz para ese momento.